martes, 16 de julio de 2013

Los peligros del ministerio 2

Continuamos con la segunda parte del artículo que empezamos a ver antes de ayer. Se trata de tener presente los peligros que el ministerio cristiano conlleva, no tanto porque necesaria e inevitablemente vayamos a caer en ellos; sino más bien porque ser consciente de ellos nos puede ayudar a evitarlos y/o saber como luchar contra ellos. En primer lugar, estuvimos viendo que es vital vigilar nuestro propio corazón, cuidar nuestra vida de oración, alimentar a diario nuestra comunión con Dios. Hoy veremos lo que no debemos hacer, pues ahí es donde precisamente yace el peligro que acecha a toda persona que de una manera u otra se dedica al ministerio.
A menudo, el ministerio (como otras áreas de la vida) se mide en términos de éxito o fracaso; y como consecuencia, el catálogo de libros cristianos que abordan esta temática no deja de crecer por momentos: Destinado al éxito, Las 7 claves del éxito, Cómo superar el fracaso y atraer el éxito, etc. Pero el éxito por sí solo puede ser una trampa mortal o una jaula dorada. De hecho, como le ocurre algunos artistas o autores, podemos morir de éxito cuando éste se ha convertido en un fin en sí mismo y no la consecuencia de una vida o ministerio donde el fin es Dios mismo y no la actividad que podamos hacer por él.
2. No te dejes llevar por el éxito
Lo segundo—y erróneo— que puedes hacer es no depender de la oración y de tu relación con Dios, sino dejarte llevar por el aparente éxito y efectividad de tu actividad ministerial. Cuando esto ocurre, empiezas a apoyarte más en tus dones espirituales que en la gracia espiritual. De hecho, puedes confundir la efectividad de los dones espirituales con la acción de la gracia espiritual en tu vida.
Los dones son habilidades que Dios nos da para servir y cubrir las necesidades de otras personas en el nombre de Jesucristo: hablar, dar ánimo, servir, evangelizar, enseñar, liderar, administrar, aconsejar, discipular, organizar. La gracia espiritual, a menudo referida como el fruto espiritual, son las bondades del carácter: amor, gozo, paz, humildad, amabilidad, dominio propio. Los dones espirituales es aquello que hacemos; el fruto espiritual es lo que somos.
A menos que entiendas lo realmente importante que es un carácter moldeado por el evangelio y la gracia para un ministerio eficaz, tratar de discernir y hacer uso de tus dones espirituales al final puede acabar siendo una losa para tu ministerio. Un peligro realmente terrible es que veamos nuestra actividad y éxito en el ministerio como si en sí mismo fuera una evidencia de que Dios está con nosotros o como un medio para ganarnos su favor y, de alguna manera, demostrarnos a nosotros mismos que, efectivamente, así es.
Si tenemos presente el evangelio en nuestros corazones y nos alegramos en nuestra justificación y adopción, entonces llevaremos a cabo nuestro ministerio como un sacrificio de acción de gracias—y lo que resultará de ello será un ministerio caracterizado por el amor, la humildad, la paciencia y la ternura. Pero si lo que nuestros corazones buscan es la auto-justificación, y lo que deseamos es controlar a Dios y a los demás demostrando lo mucho que valemos por todo lo que hacemos a través de nuestro ministerio, acabaremos identificándonos demasiado con nuestro ministerio y lo haremos una extensión de nosotros mismos. Enseguida se disparará la luz roja de alarma con las primeras muestras de impaciencia, irritabilidad, orgullo, sentimientos de ofensa, envidia y vanagloria. Nos obsesionaremos, viviremos atemorizados y seremos o demasiado tímidos o demasiado duros [en nuestro trato con los demás]. Y cuando no estemos a la vista de todo el mundo, a lo mejor empezaremos a dar rienda suelta al pecado en secreto.
Lo que estas señales delatan es que el ministerio como una mera función [como quien actúa de cara a la galería] nos está agotando y realmente está sirviendo como tapadera a nuestro orgullo. Un orgullo que se manifiesta de dos formas posibles, ya sea auto-engrandeciéndonos o aborreciéndonos a nosotros mismos, porque en el fondo sabemos que somos un fracaso. ¿Cómo llegamos hasta este punto? Normalmente, tu vida de oración és prácticamente inexistente, o has estado alimentando un espíritu de resentimiento contra alguien a quien todavía no has perdonado, o tus deseos sexuales están fuera de control. Aún así, te involucras en algún tipo de actividad ministerial que demanda de tus dones espirituales. Empiezas a servir y a ayudar a otras personas, y enseguida te sientes reafirmado porque la gente reconoce las grandes cosas que estás haciendo. Ves el efecto que tiene tu ministerio y concluyes que Dios está contigo. Pero la verdad es que Dios estaba ayudando a alguien a través de tus dones, a pesar de que tu corazón estuviera muy lejos de él.
Al final, si no haces algo para remediar la falta de fruto espiritual en tu vida y, por el contrario, decides continuar construyendo tu identidad en base a tus dones espirituales y la actividad ministerial, pronto llegarás al colapso. Acabarás haciéndole daño a alguien o caerás en algún tipo de pecado que desmontará tu credibilidad. Y todo el mundo, tú entre ellos inluído, se sorprenderá; pero no debería sorprenderte. Los dones espirituales sin fruto espiritual son como una rueda que poco a poco va perdiendo aire.
Por lo tanto, vamos a tomarnos en serio la tarea de auto-examinárnos a nosotros mismos. ¿Está muerta nuestra vida de oración aunque todavía seamos efectivos en el ministerio? ¿Luchamos con el sentimiento de que no se nos tiene demasiado en cuenta? ¿Nos sentimos a menudo heridos? ¿Experimentamos ansiedad y falta de gozo en nuestra ocupación? ¿Somos especialmente críticos con otras iglesias, pastores o gente con la que trabajamos? ¿Sentimos pena [con una actitud victimista] de nosotros mismos?
Si podemos detectar alguna de estas actitudes, es posible que tengamos un ministerio efectivo y aún exitoso, pero se trata de algo completamente vacío y, probablemente acabaremos viniéndonos abajo o condenados a producir resultados superficiales. Abraham Kuper escribió que el fariseísmo es como una sombra—más profunda y alargada cuanto más cerca se está de la luz. El ministerio cristiano cambia a la gente. Nos puede hacer mejor o peor cristianos de lo que seríamos si no estuviéramos en el ministerio, pero nunca nos dejará como estábamos… como si no hubiera pasado nada.
Más o menos por estas fechas hace un año, Felipe Assis (amigo y pastor que vive en la ciudad de Miami) escribió un artículo titulado Urban church planting will tear you apart! Por aquél entonces, como ya compartí en la entrada anterior, yo y mi familia estábamos en plena mudanza y estábamos a punto de entrar en lo que hasta la fecha ha sido la etapa de cambios más radical que jamás hemos vivido. El post de Felipe me llamó mucho la atención y pensé que a los pocos días iba a traducirlo y colgarlo en este blog. Ha pasado un año. Efectivamente, estar involucrado en el nacimiento de una nueva iglesia (especialmente en el contexto de una ciudad global como Barcelona) puede acabar por “romper” a cualquiera.
Pero no hace falta ser un “urban church planter” o estar de manera “oficial” en el ministerio. Es verdad que, principalmente, es a ese tipo de audiencia al que tanto Keller como Assis dirigen sus respectivas reflexiones. Pero al final, como ya compartí en la primera parte de esta reflexión, no importa demasiado que actuemos como voluntarios, pastores o miembros comprometidos en la vida y el ministerio de una congregación, porque cuando servimos y ayudamos a los demás, no podemos evitar que, a su vez, esto tenga un efecto en nuestras propias vidas. El ministerio nos cambia, y lo hace de tal manera que nos hace ser mejor o peor cristianos, pero nunca nos deja igual que estábamos. Así que la única manera de asegurarnos de que ese cambio sea para mejor, será manteniendo una actitud alerta, vigilante, guardando nuestro propio corazón y no dejándonos llevar por el aparente éxito que podamos estar disfrutando en nuestro ministerio. Por supuesto, la otra cara de la moneda en esto último sería desanimarnos por el aparente fracaso de nuestro ministerio. Igualmente, en ambos casos la medida estaría (erróneamente) puesta en los dones o habilidades en lugar de en el fruto de un carácter que va madurando espiritualmente.

Fuente: Kerigma . Net

lunes, 8 de julio de 2013

Los peligros del ministerio 1

En los últimos 12 meses, mi vida ha dado un vuelco. Son contadas las ocasiones en las que a lo largo de la vida utilizamos esta expresión para referirnos a una etapa clave de nuestra historia particular. Al casarnos, cuando nace el primer hijo, al sufrir la muerte de un ser querido, al divorciarnos, al padecer una enfermedad terminal… Algunos de estos vuelcos o cambios, son totalmente inesperados, otros, los vemos venir… incluso los planificamos. Pero, casi siempre el resultado acaba siendo distinto de lo esperado.
Más o menos por estas fechas, el año pasado mi familia y yo nos trasladamos a vivir a Barcelona. No fue un cambio radical (como otros que ya hemos experimentado) de un país a otro, ni siquiera de una provincia a otra. Sólo nos hemos desplazado unos 40 Km; de Vilafranca del Penedés al distrito 22@ de la ciudad de Barcelona. Sin embargo, el cambio ha sido, en varios sentidos, mucho más radical que en otras ocasiones.
En los últimos 12 meses, la vida nos ha dado un vuelco y no tanto porque hayamos cambiado de vivienda, o los niños hayan cambiado de colegio, de barrio y de ciudad -como de hecho así ha sido- o porque haya tenido que cambiar mi rutina de trabajo (al cambiar de ministerio)… todo eso puede contribuir en mayor o en menor grado; pero nunca es determinante. De hecho, a lo largo de este año han ocurrido algunas de las cosas que antes mencionaba como eventos que pueden marcar de forma especial una etapa en nuestras vidas, pero ninguna de las cosas que nos puedan llegar a pasar serán, en último término, determinantes si el elemento clave de nuestra existencia es Dios. El problema está cuando el cambio que se produce (por pequeño e imperceptible que sea) es, precisamente, en nuestra relación con Dios.

Entre ésta y la siguiente entrada, voy a compartir un artículo (originalmente escrito por Tim Keller y adaptado por el equipo de The Resurgence) en el que el pastor de Manhattan nos habla de los peligros que conlleva el ministerio cristiano. Desde que lo leí hace un par de días, me vi reflejado a mí mismo en varios aspectos a lo largo de estos doce meses; tratando de luchar contra los cambios que se habían producido en mi vida y en la vida de mi familia debido a la presión, la carga, el desafío y las nuevas dinámicas que se generan a partir de una nueva etapa de ministerio.
Aunque el artículo se dirige principalmente a personas que (como yo) nos dedicamos a pleno tiempo al ministerio cristiano, estoy seguro que cualquier persona que lo lea (indistintamente de cual sea su ocupación) podrá sacar provecho de lo que en realidad es una versión condensada de un artículo mucho más extenso que podéis leer en su totalidad (en inglés) siguiendo este enlace.
Según Keller, el ministerio tiene la capacidad de cambiarnos. Ya sea que actuemos como voluntarios, pastores o miembros comprometidos en la vida y el ministerio de una congregación, cuando servimos y ayudamos a los demás, no podemos evitar que esto, a su vez, tenga un efecto en nuestras propias vidas. El ministerio nos hace ser mejor o peor cristianos, pero nunca nos deja igual que estábamos.
Espero que este breve artículo pueda ser de tanta ayuda a otros como ha resultado serlo para mí estos últimos días. Y ahora, sin más os dejo con la traducción y adaptación de esta importante palabra de advertencia y estímulo.
Siempre es gratificante ver cómo alguien se vuelve activo en el ministerio de la iglesia, en lugar de permanecer como un mero consumidor de productos espirituales. No hay nada que te pueda llenar más que ver vidas tocadas y cambiadas a través de tu ministerio, ya sea que actúes como voluntario, líder, ministro o empleado [de una iglesia u organización cristiana].
Pero la Biblia nos llama a ser cautos. Por su propia naturaleza, el liderazgo cristiano implica exaltar la gloria y la hermosura de Dios por encima de cualquier otra cosa. Significa señalar [o hablar] acerca del valor y la hermosura de Dios para que otros la vean, aún cuando tu propio corazón se muestre insensible e incapaz de captar nada del amor y de la gloria de Dios. Como alguien que está llamado a servir a otros, ¿cómo sobrevivirás cuando te ocurra esto? A continuación, dos cosas que podemos recordar.
1. Vigila tu propio corazón
Lo primero—y más apropiado—que debes hacer es vigilar tu propio corazón con mucha más diligencia de lo que lo harías si no estuvieras en el ministerio, así como también debes ser muy disciplinado a la hora de guardar un tiempo de forma regular para la oración diaria.  Estos momentos ayudarán a que tu corazón entre en calor en lo que se refiere a Dios. La oración puede avivar la llama de esa realidad, permitiéndote hablar a los demás a partir del sustento diario que recibes de Dios.
A pesar de ello, podrías continuar sintiendo que tu corazón está espiritualmente seco o muerto por un largo período de tiempo. En tal caso, convendrá que mantengas aún con mayor constancia y diligencia tu tiempo de oración.  Reconoce con humildad tu sequía espiritual ante Dios y toma la determinación en tu corazón de confiar en él y buscarle a pesar de y durante todo ese tiempo. Actuar de esta forma es en sí mismo un gran paso de crecimiento y madurez espiritual. Si en lugar de evitar la oración, le hablas a Dios de tu sequía espiritual, lo que haces es recordar tu debilidad y lo mucho que dependes de su gracia para absolutamente todo. Se trata de volver a poner en su lugar lo importante  y precioso que es permanecer en Cristo.
continuará…

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